15 julio - San Buenaventura

Hoy nace quien es considerado autor del Pentateuco, los cinco primeros libros de la Sagrada Escritura, que contienen los relatos de la creación y la historia antigua de Israel, junto con su corazón, la Ley dada por Dios en el monte Sinaí al propio Moisés. Su nombre a lude al hecho mismo de cómo lo encontró la hija del faraón: «sacado» de las aguas.

Este niño es el elegido por Dios para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la tierra prometida. De todo el antiguo testamento, la figura de Moisés es la que para los Santos Padres más paralelismos guarda con Jesucristo, pues va a ser quien guíe al nuevo pueblo de Dios a la tierra prometida del Cielo.

Moisés recibirá la Toráh (la Ley) de manos de Yahweh en el Monte Sinaí; Jesús pronunciará la nueva ley, las bienaventuranzas, también en un monte.

Con Moisés se funda la gran fiesta por antonomasia: la pascua. La sangre del cordero untado en las puertas impedirá la muerte de los primogénitos hebreos. Jesús será el Cordero re Dios que quita el pecado del mundo en la nueva Pascua: su paso de la muerte a la vida.

Hay otros muchos paralelismos más. Pero quería detenerme en un detalle que se sale algo de este argumento, un detalle muy pequeño: el nacimiento de un niño. Parece mentira que el Señor apueste toda la historia de la salvación a instrumentos tan pequeños, tan vulnerables. Así quiere mostrar cómo el don más maravilloso que nos da es precisamente ese: la vida. Una vida que comienza endeble, pequeña, dependiente absolutamente de todo. Pero que no está sola: la pequeñez es arropada con el calor de la familia y un pueblo que hacen de muralla protectora para que ese inicio tan insignificante acabe siendo fundamento de las mayores proezas de Dios en la historia.

La semilla de mostaza se convierte en el arbusto más grande. La pequeñez de un niño guarda, en el caso de Moisés y Jesús, designios divinos de dimensiones cósmicas…